Pentecostés

Cincuenta días después de la Pascua, los amigos de Jesús vivieron una experiencia, algo que Jesús les había prometido: la venida del Espíritu Santo. Esa experiencia cambió radicalmente sus vidas, les hizo capaces de emprender la tarea que Jesús les había encomendado: anunciar la buena noticia del Reino de Dios.

El ser humano no es sólo un compuesto biológico, en lo más íntimo de su ser hay un espacio donde puede poner en armonía todas las dimensiones de su persona. Ese espacio es el lugar donde habita y actúa el Espíritu Santo.

Los hombres y mujeres de hoy creemos saber mucho de todo, pero somos víctimas de nuestra propia desorientación; vivimos aburridos a fuerza de buscar diversiones; siempre cambiando y siempre perseguidos por la monotonía; siempre en busca de bienestar y siempre decepcionados; nos falta encontrar la armonía, la fuente de la vida y de la alegría.

Invocar al Espíritu de Dios no es una oración más. Gritar "Ven, Espíritu Santo" es desear una vida nueva. Nuestro vacío interior se puede llenar de Espíritu, que mueve, fortalece, ilumina, armoniza, nuestra vida.

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