¿Quién soy yo para vosotros?



Domingo XXI Tiempo Ordinario. 24 agosto.
¿Quién decís que soy yo? Esta pregunta de Jesús se dirige también a nosotros. Solemos responder pronunciando fórmulas aprendidas desde niños. Son frases aprendidas más que vividas. Vivimos como miembros de una religión, pero no somos discípulos de Jesús. Afirmar que Jesús es el Hijo de Dios, el Salvador, puede darnos seguridad para pensar que eso es ser cristiano; pero no conocemos a Jesús; no tenemos la experiencia que Él sea el centro, el motivo de nuestra vida. Hoy esta pregunta nos hace Jesús a cada uno de nosotros: ¿quién soy yo para ti? Sin echar mano de una respuesta aprendida, mira cuál es tu experiencia, qué significa realmente la persona de Jesús en tu vida.

PIÑONATE PARA TODOS

La Cofradía de la Santa Cruz prepara ya las fiestas patronales del Cristo de las Aguas. Las personas que nos visitan en las ferias de agosto, y quieran anticiparse a los dulces artesanales típicos ya de las fiestas del Cristo, tienen la oportunidad de adquirirlos en agosto, porque ya se están preparando. Aquí vemos a los miembros de la Cofradía, preparando los ricos piñonates caseros. Miren el resultado, aquí están los primeros:

Domingo 10 agosto 2008

A LA IGLESIA LE HA ENTRADO MIEDO Mt 14, 22-23

Jesús enseña a sus discípulos a enfrentarse a dificultades: liberarse de sus «miedos» y de su «poca fe». Los discípulos están solos. Su barca está «muy lejos de tierra», a mucha distancia de él, y un «viento contrario» les impide volver. La «noche», la «fuerza del viento» y el peligro de «hundirse en las aguas».
Esta puede ser la situación que viven muchos cristianos: se sienten amenazados desde fuera, por el rechazo de buena parte de la sociedad, y tentados desde dentro, por el miedo y la poca fe.

Entonces, «se les acerca Jesús andando sobre el agua», pero los discípulos son incapaces de reconocerlo. El miedo les hace ver en él «un fantasma».
Los miedos son el mayor obstáculo para conocer, amar y seguir a Jesús como «Hijo de Dios».
Jesús les dice: «Ánimo, soy yo, no tengáis miedo». Quiere trasmitirles su fuerza, su seguridad y su confianza absoluta en el Padre. Pedro es el primero en reaccionar. Camina seguro sobre las aguas, luego «le entra miedo»; va confiado hacia Jesús, luego olvida su Palabra, siente la fuerza del viento y comienza a «hundirse».

En la Iglesia de Jesús ha entrado el miedo y no sabemos cómo liberarnos de él. Tenemos miedo al desprestigio, la pérdida de poder y el rechazo de la sociedad. Nos tenemos miedo unos a otros: la jerarquía endurece su lenguaje, los teólogos pierden libertad, los pastores prefieren no correr riesgos, los fieles miran con temor el futuro. En el fondo de estos miedos hay poca fe en él, resistencia a seguir sus pasos, a fiarnos de su palabra.

Saber acompañar

En esta fiesta de la Asunción de María, descubrimos uno de los rasgos más característicos del amor cristiano, se trata de saber acudir junto a quien puede estar necesitando nuestra presencia.
Ese es el primer gesto de María después de aceptar la misión de ser madre del Salvador. Ponerse en camino y marchar aprisa junto a otra mujer que necesita en estos momentos su cercanía.

Hay una manera de amar que debemos recuperar en nuestros días y que consiste en “acompañar” a quien sufre.

Esta sociedad, parece hecha sólo para los fuertes, los agraciados, los jóvenes, los sanos y los que son capaces de gozar y disfrutar de la vida. Reunimos a los niños en las guarderías, instalamos a los enfermos en las clínicas y hospitales, guardamos a nuestros ancianos en asilos y residencias, encerramos a los delincuentes en las cárceles y ponemos a los drogadictos bajo vigilancia.

Así, todo nos parece que está en orden. Cada uno recibirá allí la atención que necesita, y los demás nos podremos dedicar con más tranquilidad a trabajar y disfrutar de la vida sin ser molestados.

Entonces procuramos rodearnos de personas simpáticas y sin problemas que no pongan en peligro nuestro bienestar, convertimos la amistad y el amor en un intercambio mutuo de favores, y logramos vivir «bastante satisfechos».

Por eso muchos, aun habiendo logrado un nivel elevado de bienestar y tranquilidad, tienen la impresión de que viven sin vivir y que la vida se les escapa aburridamente de entre las manos.
Ofrecer nuestra amistad, estar cerca de los que sufren, tener paciencia con los que no pueden, alegrar a los que están junto a nosotros. Estos gestos de amor que nos hacen cargar con el peso que tiene que soportar el hermano, libera de la soledad, da alegría.