Fotos de algunas actividades parroquiales.

Un grupo de los que se preparan para comulgar por primera vez.

Uno de los grupos que se preparan para recibir el sacramento de la Confirmación.

El grupo que este año se han preparado para el sacramento del Matrimonio.



4º Domingo cuaresma 14 marzo 2010

Lucas 15,1-3. 11-32

En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: - Ése acoge a los pecadores y come con ellos. Jesús les dijo esta parábola:

- Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: «Padre, dame la parte que me toca de la fortuna». El padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de saciarse de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer. Recapacitando entonces, se dijo: «Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros». Se puso en camino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo. Su hijo le dijo: «Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo». Pero el padre dijo a sus criados: «Sacad enseguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado». Y empezaron el banquete.

Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba. Éste le contestó: «Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud». Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Y él replicó a su padre: «Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo, que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado». El padre le dijo: «Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado».

EL PERDÓN DE DIOS

El hombre moderno está perdiendo la conciencia de pecado. Está perdiendo también la experiencia de sentirse perdonado por Dios, y quien desconoce el perdón de Dios se ve privado de una fuerza incomparable para reconciliarse con su pasado e iniciar una etapa nueva en su vida.

Son varios los obstáculos que pueden impedir a la persona abrirse al perdón de Dios:
· Hay quienes no sienten necesidad de perdón alguno pues viven de manera irresponsable o con corazón endurecido. No necesitan de Dios para resolver sus problemas.
· Hay otros que se sienten indignos de ser perdonados. Piensan que su pecado es más poderoso que el amor infinito de Dios. Oprimidos por el peso de la culpa, se cierran a toda esperanza.
· Hay también quienes no se perdonan a sí mismos. Viven obsesionados por oscuros recuerdos y remordimientos inútiles. Nunca podrán sentirse purificados.

Recibir el perdón de Dios es gustar su misericordia, interiorizar en nosotros su bondad y experimentar agradecidos su acción renovadora. El perdón de Dios no consiste simplemente en que Dios «olvida» nuestro pecado o «no lo tiene en cuenta». Dios no es como nosotros. Para Dios perdonar es «quitar el pecado», hacerlo desaparecer, devolver la inocencia. El perdón de Dios es perdón total y absoluto, gracia que regenera, nuevo comienzo de todo, seguridad y paz íntima. No lo olvidemos, frente a las condenas de los demás, frente al remordimiento y los reproches de nosotros mismos, en Dios siempre encontramos la misma actitud de comprensión y de perdón sin límites.



Soñando un futuro nuevo para la mujer en la Iglesia

Dada la actual situación de la mujer en la Iglesia es difícil pensar en un cambio a corto e incluso a largo plazo. Soñar es el primer paso para cambiar la realidad, es una manera de hacer verdad las utopías. Soñar y… empujar la historia en la dirección de lo soñado.

Sueño una Iglesia que es realmente una comunidad donde mujeres y hombres concentramos nuestras fuerzas en hacer verdad la Buena Noticia, luchando por expulsar los “demonios” de la pobreza, la injusticia, la violencia, la violación de los derechos humanos, la explotación y el tráfico sexual de mujeres y niñas, la explotación laboral, la violación como arma de guerra…

Sueño una Iglesia en la que los ministerios no estén concentrados en manos de los sacerdotes, sino que cualquiera de ellos pueda ser ejercido, desde la llamada de Dios, el reconocimiento de la comunidad que elije y designa a las personas que están capacitadas para ello, sin ninguna discriminación sexual. Una Iglesia cuidadora del cosmos y de toda la vida del planeta.

Sueño una Iglesia en la que los lugares de decisión y gobierno no estén condicionados por el sexo sino por la preparación, el amor y la capacidad de servir a la comunidad y de un modo prioritario a los más necesitados.

Una Iglesia donde las mujeres dejamos de ocupar los bancos como escuchadoras y pasantes de los cestillos, para tomar la palabra y constituirnos en sujetos activos de las celebraciones litúrgicas y sacramentales, en un servicio rotativo, igualitario cuyo requisito no sea ser varón y clérigo, sino ser personas preparadas y dispuestas a servir así a la comunidad.

Una iglesia toda ella tan sensible a la lacra de la violencia machista, que sea la primera en salir a la calle y animar a hacer lo mismo a la sociedad, cada vez que una mujer es asesinada o maltratada.

Sueño una Iglesia donde ninguna mujer tenga que aceptar la situación clandestina de “amante secreta” de ningún clérigo, porque el celibato no sea una obligación sino una opción en libertad.

Una iglesia donde las congregaciones religiosas femeninas, tengan los mismos derechos que las masculinas. Una Iglesia que haga imposible que se digan cosas como las que dijo San Juan Crisóstomo: “Qué soberana peste la mujer, ella es la causa del mal, la autora del pecado, la puerta del infierno, la fatalidad de nuestras miserias”.

O como las de Tertuliano: “¿No os dais cuenta de que cada uno de vosotras sois una Eva? La maldición de Dios sobre vuestro sexo sigue plenamente vigente en nuestros días. Culpables tenéis que cargar con sus infortunios. Vosotras sois la puerta del mal, vosotras violasteis el árbol sagrado fatal; vosotras fuisteis las primeras en traicionar la ley de Dios; vosotras debilitasteis con vuestras palabras zalameras al único sobre el que el mal no pudo prevalecer por la fuerza. Con toda facilidad destruisteis la imagen de Dios, a Adán. Sois la únicas que merecíais la muerte; por culpa vuestra el Hijo de Dios tuvo que morir”.

Sueño una iglesia donde no se considere palabra de Dios, sino palabra de varón, textos denigrantes para la mujer como las siguientes:

“El ángel que hablaba conmigo me dijo: alza los ojos y mira, ¿qué aparece? Pregunté: ¿qué? Me contestó: Un recipiente de veinte y dos litros; así de grande es la culpa en todo el país. Entonces se levantó la tapadera de plomo y apareció una mujer sentada dentro del recipiente. Me explicó: Es la maldad. La empujó dentro del recipiente y puso la tapa de plomo” (Zac 5,5-8)”.

Ni se vuelva a leer en ninguna liturgia otros textos, más cercanos, como los de Pablo, mandando callar a las mujeres en la Iglesia, pidiéndoles sometimiento a sus maridos, proclamando al varón cabeza de la mujer. Y si por casualidad se lean que sea para decir: “esta no es palabra de Dios y por ellas no te alabamos Señor.”

Una Iglesia que recupere la memoria y reconozca que quién fue tentación no fue la mítica Eva, sino el personaje histórico Pedro a quien Jesús llamó Satanás.

Sigo soñando una Iglesia en la que, la imagen de Dios sea fiel a la verdad de que Dios creó al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza, y ya nunca más se excluya de la representación de Dios el cuerpo de la mujer y su sexualidad. Que de una vez por todas el cuerpo femenino deje de ser no apto para revelar a Dios.

Una Iglesia en la que las orientaciones de moral sexual y familiar sean hechas por hombres y mujeres casados que desde su experiencia y su preparación puedan, de verdad, no solo orientar, sino ser testigos creíbles de aquello que proponen a los demás.

Una iglesia que tenga un lenguaje litúrgico no sexista, ni patriarcal y reconozca que Dios tiene hijos e hijas, hermanas y hermanos…y donde no ocurra, lo que acontece ahora tantas veces, que en una liturgia donde prácticamente sólo hay mujeres, la persona que presida la Eucaristía, las invisibiliza en su lenguaje y se dirige al público todo el tiempo en masculino.

Una Iglesia que se tome en serio y sepa respetar no sólo la teología que elaboran los teólogos sino también la que elaboran las teólogas, y sea paritaria la presencia de mujeres y hombres en las facultades de teología y en los centros de formación sacerdotales y laicales. Aunque, pensándolo bien quizás lo ideal es que desaparecieran el dualismo clerical/laical.

Sueño y sueño y no dejo de soñar… una comunidad eclesial fiel a Jesús de Nazaret. Él hizo verdad una comunidad de iguales, sin exclusión alguna, una familia de iguales, sin relaciones de poder jerarquizado. Lo expresó muy claro: llamándolos amigos y no siervos (Jn 15,15), pidiéndonos que no llamásemos padre, ni maestro a nadie más que a Dios, porque todos los demás somos hermanos y hermanas. Hizo visible la comunidad que quería lavando los pies a los suyos y diciéndole a Pedro que si no entiende ese gesto suyo no puede formar parte de la nueva familia (Jn 13,6-8).

Sueño una iglesia que, como Jesús, cambie radicalmente la mirada sobre las mujeres:
· No como objetos sino como sujetos autónomos y libres
· No como reproductoras sino como constructoras del Reino de Dios
· No como cuerpos tentadores sino como amigas entrañables suyas
· No como inferiores en nada sino como iguales en todo: en dignidad, derechos, deberes...
· No para estar detrás y debajo de nadie sino junto a…, al lado de…
· No como ignorantes que nada tienen que decir sino como “maestras” de las que él aprendió
· Dentro de la comunidad, ejerciendo los mismos roles y funciones que los varones
· No solo dentro del hogar sino donde la vida nos cite, donde Dios nos llame
· No como imposibilitadas para mostrar el rostro de Dios sino como revelación suya

Es hora de despertar y no quiero, no quiero encontrarme con la realidad que ahora vivimos las mujeres en la Iglesia, pero es preciso despertar, levantarnos, liberarnos, arriesgarse a tocar lo prohibido por leyes y preceptos patriarcales, es preciso unirnos, trabajar al unísono mujeres y hombres en la Iglesia para ir empujando esta Iglesia nuestra, santa y pecadora, en la dirección del sueño de Dios: una comunidad de hermanas/os.

En esta hermosa y ardua tarea todos y todas necesitamos convertirnos a la Buena Noticia del Reino y su llamada a creer en ella y a hacerla verdad en la historia, en la Iglesia.

Emma Martínez Ocaña


En el Día Internacional de las Mujeres...

TOMAR CONCIENCIA DE NUESTRA MARGINACIÓN.

ECLESALIA, 08/03/10.- Nosotras, mujeres creyentes, quisiéramos que la Iglesia siguiese el ejemplo de Jesús en el reconocimiento de la mujer en todos los ámbitos de su vida. Hoy, en el siglo XXI, queremos decir y hacer lo que Él nos enseñó.

Las primeras palabras que las mujeres oyeron después de la resurrección de Jesús fueron: “Id a decir…” (Mc.16,7) También nosotras, con esta fuerza de enviadas a proclamar su Palabra.

M A N I F E S T A M O S

I – Que hace veinticuatro años que nuestro COLLECTIU trabaja por la paridad inspiradas en el Evangelio, que nos reconoce a todas y a todos hijas e hijos de Dios. El conocimiento de la historia evidencia un balance que pone de relieve algunas realidades crueles por parte de la jerarquía eclesiástica respecto a las mujeres.

II – Que pedimos que el celibato religioso sea voluntario, entre otras razones más profundas, por no tener que pasar por la vergüenza de las acusaciones de pederastia.

III – Que las mujeres, hoy, estamos en la Iglesia: transmitiendo la fe a través de la catequesis; la mayoría, como mujeres, nos responsabilizamos de las personas más débiles y desvalidas, desde la acogida que se hace a través de Cáritas y otras instituciones; trabajamos también en distintos campos, entre ellos el de la salud, que fue una preocupación prioritaria de Jesús…

IV – Que continuaremos caminando, siguiendo a Cristo, amando a todas las hermanas y hermanos de la humanidad. Pero si la actitud de una gran parte de la jerarquía de la Iglesia Católica, no reconoce en la práctica que Dios creó al ser humano mujer-hombre en igualdad de derechos (Gal. 3,28), quizá llegue un día, no muy lejano, en que las mujeres tendremos que dejar de prestar TODOS LOS SERVICIOS a esta Iglesia nuestra.

V – Entendiendo que todos nuestros trabajos forman parte del Ministerio de la Iglesia, ¿por qué no son reconocidos como tales?

Por todo esto, las mujeres católicas,

- queremos ser fieles al envío de Jesús, celebrando con gozo nuestra fe, nuestro hacer y nuestras palabras de respuesta a la Ruah, (Espíritu)

- tenemos el deber de no permitir que esta situación continúe y desde aquí animamos a todas las mujeres católicas a tomar conciencia de lo que representa esta marginación.

Para las mujeres no hay “siete” sacramentos, sino “seis”.

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia). 8 de marzo de 2010

3º Domingo Cuaresma 7 marzo 2010

Lucas 13,1-9
En aquella ocasión se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos, cuya sangre vertió Pilato con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús les contestó: - ¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos, porque acabaron así? Os digo que no; y si no os convertís, todos pereceréis lo mismo. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no. Y si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera.
Y les dijo esta parábola: Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró.
Dijo entonces al viñador: - Ya ves: tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en balde?
Pero el viñador contestó: - Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no, el año que viene la cortarás.: Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no, la cortas".

¿DÓNDE ESTAMOS NOSOTROS? José Antonio Pagola.
Unos desconocidos le comunican a Jesús la noticia de la horrible matanza de unos galileos en el recinto sagrado del templo. Lo que más los horroriza es que la sangre de aquellos hombres se haya mezclado con la sangre de los animales que estaban ofreciendo a Dios.

Jesús responde que las víctimas no eran más pecadores que los demás. Rechaza la creencia tradicional de que las desgracias son un castigo de Dios. Jesús no piensa en un Dios "justiciero" que va castigando a sus hijos e hijas repartiendo aquí o allá enfermedades, accidentes o desgracias, como respuesta a sus pecados.

Después, cambia la perspectiva del planteamiento. Vuelve su mirada hacia los presentes y los enfrenta consigo mismos: han de escuchar en estos acontecimientos la llamada de Dios a la conversión y al cambio de vida.

Hoy estamos sobrecogidos por la tragedia de Haití y de Chile ¿Cómo interpretar estos acontecimientos desde la actitud de Jesús? Lo primero no es preguntarnos dónde está Dios, sino dónde estamos nosotros. La pregunta que puede encaminarnos hacia una conversión no es "¿por qué permite Dios esta horrible desgracia?", sino "¿cómo consentimos nosotros que tantos seres humanos vivan en la miseria, tan indefensos ante la fuerza de la naturaleza?".

Dios está en las víctimas, defendiendo su dignidad y en los que luchan contra el mal, alentando su combate.