Inmaculada, llena de gracia, sin pecado.

Las fiestas de María no se celebran sólo para cantar su grandeza, sino para aprender de ella a ser mejores cristianos. María es «modelo» para la Iglesia. ¿Cómo podríamos parecernos más a María?.
Una Iglesia que cuidando el calor humano en sus relaciones con todos.
Una Iglesia de brazos abiertos, que no rechaza ni condena, sino que acoge.
Una Iglesia que proclame con alegría la grandeza de Dios y su misericordia.
Una Iglesia con capacidad de dar y transmitir vida.
Una Iglesia que sabe decir «sí» a Dios sin saber muy bien a dónde le llevará su obediencia.
Una Iglesia abierta al diálogo.
Una Iglesia humilde como María, siempre a la escucha de su Señor.
Una Iglesia que no se complace en los soberbios, potentados y ricos de este mundo, sino que busca pan y dignidad para los pobres y hambrientos de la Tierra, sabiendo que Dios está de su parte.
Una Iglesia atenta al sufrimiento que sabe olvidarse de sí misma para estar cerca de quien necesita ser ayudado.
Una Iglesia que anuncia la hora de la mujer y promueve con gozo su dignidad, responsabilidad y creatividad femenina.
Una Iglesia contemplativa que sabe «guardar y meditar en su corazón» el misterio de Dios encarnado en Jesús para transmitirlo como experiencia viva.
Una Iglesia que cree, ora, sufre y espera la salvación de Dios anunciando con humildad la victoria final del amor.

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