Soñando un futuro nuevo para la mujer en la Iglesia

Dada la actual situación de la mujer en la Iglesia es difícil pensar en un cambio a corto e incluso a largo plazo. Soñar es el primer paso para cambiar la realidad, es una manera de hacer verdad las utopías. Soñar y… empujar la historia en la dirección de lo soñado.

Sueño una Iglesia que es realmente una comunidad donde mujeres y hombres concentramos nuestras fuerzas en hacer verdad la Buena Noticia, luchando por expulsar los “demonios” de la pobreza, la injusticia, la violencia, la violación de los derechos humanos, la explotación y el tráfico sexual de mujeres y niñas, la explotación laboral, la violación como arma de guerra…

Sueño una Iglesia en la que los ministerios no estén concentrados en manos de los sacerdotes, sino que cualquiera de ellos pueda ser ejercido, desde la llamada de Dios, el reconocimiento de la comunidad que elije y designa a las personas que están capacitadas para ello, sin ninguna discriminación sexual. Una Iglesia cuidadora del cosmos y de toda la vida del planeta.

Sueño una Iglesia en la que los lugares de decisión y gobierno no estén condicionados por el sexo sino por la preparación, el amor y la capacidad de servir a la comunidad y de un modo prioritario a los más necesitados.

Una Iglesia donde las mujeres dejamos de ocupar los bancos como escuchadoras y pasantes de los cestillos, para tomar la palabra y constituirnos en sujetos activos de las celebraciones litúrgicas y sacramentales, en un servicio rotativo, igualitario cuyo requisito no sea ser varón y clérigo, sino ser personas preparadas y dispuestas a servir así a la comunidad.

Una iglesia toda ella tan sensible a la lacra de la violencia machista, que sea la primera en salir a la calle y animar a hacer lo mismo a la sociedad, cada vez que una mujer es asesinada o maltratada.

Sueño una Iglesia donde ninguna mujer tenga que aceptar la situación clandestina de “amante secreta” de ningún clérigo, porque el celibato no sea una obligación sino una opción en libertad.

Una iglesia donde las congregaciones religiosas femeninas, tengan los mismos derechos que las masculinas. Una Iglesia que haga imposible que se digan cosas como las que dijo San Juan Crisóstomo: “Qué soberana peste la mujer, ella es la causa del mal, la autora del pecado, la puerta del infierno, la fatalidad de nuestras miserias”.

O como las de Tertuliano: “¿No os dais cuenta de que cada uno de vosotras sois una Eva? La maldición de Dios sobre vuestro sexo sigue plenamente vigente en nuestros días. Culpables tenéis que cargar con sus infortunios. Vosotras sois la puerta del mal, vosotras violasteis el árbol sagrado fatal; vosotras fuisteis las primeras en traicionar la ley de Dios; vosotras debilitasteis con vuestras palabras zalameras al único sobre el que el mal no pudo prevalecer por la fuerza. Con toda facilidad destruisteis la imagen de Dios, a Adán. Sois la únicas que merecíais la muerte; por culpa vuestra el Hijo de Dios tuvo que morir”.

Sueño una iglesia donde no se considere palabra de Dios, sino palabra de varón, textos denigrantes para la mujer como las siguientes:

“El ángel que hablaba conmigo me dijo: alza los ojos y mira, ¿qué aparece? Pregunté: ¿qué? Me contestó: Un recipiente de veinte y dos litros; así de grande es la culpa en todo el país. Entonces se levantó la tapadera de plomo y apareció una mujer sentada dentro del recipiente. Me explicó: Es la maldad. La empujó dentro del recipiente y puso la tapa de plomo” (Zac 5,5-8)”.

Ni se vuelva a leer en ninguna liturgia otros textos, más cercanos, como los de Pablo, mandando callar a las mujeres en la Iglesia, pidiéndoles sometimiento a sus maridos, proclamando al varón cabeza de la mujer. Y si por casualidad se lean que sea para decir: “esta no es palabra de Dios y por ellas no te alabamos Señor.”

Una Iglesia que recupere la memoria y reconozca que quién fue tentación no fue la mítica Eva, sino el personaje histórico Pedro a quien Jesús llamó Satanás.

Sigo soñando una Iglesia en la que, la imagen de Dios sea fiel a la verdad de que Dios creó al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza, y ya nunca más se excluya de la representación de Dios el cuerpo de la mujer y su sexualidad. Que de una vez por todas el cuerpo femenino deje de ser no apto para revelar a Dios.

Una Iglesia en la que las orientaciones de moral sexual y familiar sean hechas por hombres y mujeres casados que desde su experiencia y su preparación puedan, de verdad, no solo orientar, sino ser testigos creíbles de aquello que proponen a los demás.

Una iglesia que tenga un lenguaje litúrgico no sexista, ni patriarcal y reconozca que Dios tiene hijos e hijas, hermanas y hermanos…y donde no ocurra, lo que acontece ahora tantas veces, que en una liturgia donde prácticamente sólo hay mujeres, la persona que presida la Eucaristía, las invisibiliza en su lenguaje y se dirige al público todo el tiempo en masculino.

Una Iglesia que se tome en serio y sepa respetar no sólo la teología que elaboran los teólogos sino también la que elaboran las teólogas, y sea paritaria la presencia de mujeres y hombres en las facultades de teología y en los centros de formación sacerdotales y laicales. Aunque, pensándolo bien quizás lo ideal es que desaparecieran el dualismo clerical/laical.

Sueño y sueño y no dejo de soñar… una comunidad eclesial fiel a Jesús de Nazaret. Él hizo verdad una comunidad de iguales, sin exclusión alguna, una familia de iguales, sin relaciones de poder jerarquizado. Lo expresó muy claro: llamándolos amigos y no siervos (Jn 15,15), pidiéndonos que no llamásemos padre, ni maestro a nadie más que a Dios, porque todos los demás somos hermanos y hermanas. Hizo visible la comunidad que quería lavando los pies a los suyos y diciéndole a Pedro que si no entiende ese gesto suyo no puede formar parte de la nueva familia (Jn 13,6-8).

Sueño una iglesia que, como Jesús, cambie radicalmente la mirada sobre las mujeres:
· No como objetos sino como sujetos autónomos y libres
· No como reproductoras sino como constructoras del Reino de Dios
· No como cuerpos tentadores sino como amigas entrañables suyas
· No como inferiores en nada sino como iguales en todo: en dignidad, derechos, deberes...
· No para estar detrás y debajo de nadie sino junto a…, al lado de…
· No como ignorantes que nada tienen que decir sino como “maestras” de las que él aprendió
· Dentro de la comunidad, ejerciendo los mismos roles y funciones que los varones
· No solo dentro del hogar sino donde la vida nos cite, donde Dios nos llame
· No como imposibilitadas para mostrar el rostro de Dios sino como revelación suya

Es hora de despertar y no quiero, no quiero encontrarme con la realidad que ahora vivimos las mujeres en la Iglesia, pero es preciso despertar, levantarnos, liberarnos, arriesgarse a tocar lo prohibido por leyes y preceptos patriarcales, es preciso unirnos, trabajar al unísono mujeres y hombres en la Iglesia para ir empujando esta Iglesia nuestra, santa y pecadora, en la dirección del sueño de Dios: una comunidad de hermanas/os.

En esta hermosa y ardua tarea todos y todas necesitamos convertirnos a la Buena Noticia del Reino y su llamada a creer en ella y a hacerla verdad en la historia, en la Iglesia.

Emma Martínez Ocaña


3 comentarios:

Anónimo dijo...

Seguiremos trabajando mucho y unidas, y así, poco a poco, y si Dios quiere, se irán cumpliendo los sueños de Emma que tantas mujeres compartimos.
M.Ángeles.

Anónimo dijo...

Bonito texto. Aunque si borramos los textos de carácter patriarcal, nos quedamos sin Sagrada Escritura. Pero vale el sueño de cara a un futuro lejano que no veré.
Enrique
(65 años)

francisco javier dijo...

Por si el comentario anterior no ha podido ser publicado de nuevo insisto en que como cristiano me duele esa imagen de mujer levantando el puño y ese texto tan alejado de la misericordia cristiana. Si queremos esa salvación humana dejemos a Cristo en paz y levantemos el puño sin mezclarle a Él que vino a enseñarnos a sufrir el mal antes que levantar el puño. Son los hombres y las mujeres de Iglesia los que hacen más daño pidiendo airados al Señor que se baje de una vez de la cruz para así bajarnos también nosotros de ella.