Con frecuencia se ha entendido la religión como un sistema de creencias y prácticas que te hace sentir seguro ante Dios, que estás cumpliendo con Él, pero que no ayudan a vivir. En el fondo de esa forma de vivir la religión sólo hay miedo. Quien busca cumplir, estar a bien con Dios es que le tiene miedo, teme su castigo. Esa persona no ama a Dios, no confía en él, no disfruta de su misericordia. Por eso busca en la religión seguridad, remedio para sus miedos.
No podemos entender y vivir así lo religioso. Dios no busca tener sometidas a las personas, no atemoriza a los hombres buscando su propio interés. Es un Padre que le confía a cada uno el gran regalo de la vida. Por eso, Jesús imagina a sus seguidores, no como «cumplidores piadosos» de una religión, sino como gente valiente que confía y está dispuesta a correr riesgos y superar dificultades para hacer una vida más digna y feliz para todos.
El tercer siervo de la parábola es condenado, no por hacer algo malo sino porque, por temor a su Señor, «entierra» los talentos que se le han confiado. El mensaje es claro. A Dios no se le puede devolver la vida diciendo: «Aquí está lo tuyo. La vida que me diste no ha servido para nada». Es un error vivir una vida «cumpliendo religiosamente» pero sin arriesgarnos a vivir el amor.
Quien sólo busca cuidar su vida, protegerla y defenderla, la echa a perder. Quien no sigue las aspiraciones más nobles de su corazón por miedo a fracasar, ya está fracasando. Quien sólo se dedica a conservar su virtud y su fe, corre el riesgo de enterrar su vida.
Al final, no habremos cometido grandes errores, pero no habremos vivido.Jesús es una invitación a vivir intensamente. A lo único que hemos de temer es a vivir siempre con miedo a salirnos de lo «correcto», sin valentía para renovarnos, para vivir el amor cristiano.
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