Adviento: “detectives de un Dios escondido”
"Hermanos: hemos ido muchas veces a la estación y se nos ha dicho por el altavoz: “Llega por la vía 12” o “llega por la vía 4”. Pero no. No llegaba Dios. Era una estrella o un estrello del cine, o un magnate de las finanzas, o un general de la OTAN, o un gran político, o una gran figura eclesial. Pero no era, no, no era Dios.
"Hermanos: hemos ido muchas veces a la estación y se nos ha dicho por el altavoz: “Llega por la vía 12” o “llega por la vía 4”. Pero no. No llegaba Dios. Era una estrella o un estrello del cine, o un magnate de las finanzas, o un general de la OTAN, o un gran político, o una gran figura eclesial. Pero no era, no, no era Dios.
¡Tantos advientos! ¡Tantas esperas ya...! Y volvíamos a casa con el mal sabor de boca de la tomadura de pelo, o de nuestra ingenua candidez, prometiéndonos que otra vez iban a engañar a su tía... Pero, vamos a ver, hermanos: ¿Dónde podemos encontrar a Dios?
Todo el Antiguo Testamento esperándole los reyes, los sabios, los importantes. Quizás esperándole en la torre del templo, o en el palacio real, en la clase de los teólogos. Y luego les hace trampa. Se esconde entre los analfabetos y los animales, que a tantos les parece casi lo mismo. ¡Dios tiene unas bromas!
¿Dónde esperas a Dios en este adviento, hermano? ¿No piensas que estará en tu barrio, en tu asociación de vecinos con larga lista de problemas, en el dolor humilde y rutinario de tu vecino o en tu misma casa, en medio de tus problemas, de tus luchas y de ti mismo?
Este adviento sería un buen momento para hacer de detectives de Dios. Veríamos entonces qué cerca está. Pero a su manera. Esa manera que es la nuestra, porque lo chocante es que Dios nos "imita", se hace vida nuestra en toda su vulgaridad, y eso es lo que más desconcierta a los miserables, hambrientos de magia y milagrería.
Sepamos capaces de descubrir a Dios en la rutina de todos los días en la enorme grandeza de nuestra vulgaridad. Vuestro hermano en la esperanza"
(Alberto Iniesta, Obispo auxiliar emérito de Madrid. Texto escrito en 1976)
(Alberto Iniesta, Obispo auxiliar emérito de Madrid. Texto escrito en 1976)
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