Lo que se narra en el evangelio de este domingo, tiene como trasfondo el ambiente religioso en que maestros religiosos y letrados clasifican cientos de mandatos de la Ley divina en «fáciles» y «difíciles», «graves» y «leves», «pequeños» y «grandes».
La pregunta que plantean a Jesús: ¿cuál es el mandato principal?, ¿qué es lo esencial?, ¿dónde está el núcleo de todo? La respuesta de Jesús: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser».
«Amar a Dios con todo el corazón» es amar a Dios como alguien que crea y salva, que es bueno y nos quiere bien.
Quien ama a Dios se nota en su vida: vive con gratitud, elige lo bueno, es sensible y tiene corazón, se resiste a todo lo que anula o deteriora la vida y la dignidad de las personas, que son sus creaturas.
Por eso el amor a Dios es inseparable del amor a los hermanos: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». ¿Qué religión sería aquella en la que el hambre de los desnutridos o el exceso de los satisfechos no planteara pregunta ni inquietud alguna a los creyentes?
No hay comentarios:
Publicar un comentario