La trampa que tienden a Jesús está bien pensada: «¿Es lícito pagar tributos al César o no?» Si responde que no, lo podrán acusar de rebelión contra Roma. Si dice si, quedará desacreditado ante aquellas gentes que viven en la miseria exprimidos debido a los impuestos.
Jesús les pide que le enseñen «la moneda del impuesto». Él no la tiene, vive sin tierras ni trabajo fijo; no tiene problemas con los recaudadores. Después les pregunta por la imagen que aparece en aquel denario de plata. Representa al emperador Tiberio.
El gesto de Jesús es ya clarificador. Los que utilizan aquella moneda viven esclavos del sistema imperial; la moneda acuñada con símbolos políticos y religiosos, está reconociendo la soberanía del emperador. No es así Jesús que vive de manera pobre pero libre, dedicado a los más pobres del imperio.
Jesús añade entonces recordando los derechos de Dios: «Pagadle al César lo que es del César, pero dad a Dios lo que es de Dios». La moneda lleva la imagen del emperador, pero el ser humano, es «imagen de Dios». Por eso, nunca ha de ser sometido a ningún emperador. Jesús lo había dicho muchas veces: los pobres son de Dios, los pequeños son sus hijos predilectos, el reino de Dios les pertenece, nadie ha de abusar de ellos.
Jesús no está diciendo que una mitad de la vida, la material y económica, pertenece a la esfera del César, y la otra mitad, la espiritual y religiosa, a la esfera de Dios. Su mensaje es otro: si entramos en el reino, no hemos de consentir que ningún César sacrifique lo que sólo le pertenece a Dios: las personas.
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