La parábola de los «viñadores homicidas» habla de unos labradores encargados por un señor para trabajar su viña. Llegado el tiempo de la vendimia, sucede algo sorprendente e inesperado. Los labradores se niegan a entregar la cosecha. El señor no recogerá los frutos que tanto espera. No aceptan al único señor al que pertenece la viña. Quieren ser ellos los únicos dueños. No respetan ni a su hijo. Cuando llega, lo «echan fuera de la viña» y lo matan. Su única obsesión es «quedarse con la herencia».
El reino de Dios no es de la Iglesia. No pertenece a la Jerarquía. No es propiedad de los teólogos, ni de los obispos, ni de los sacerdotes. Nadie se ha de sentir propietario de su verdad ni de su espíritu. El reino de Dios está en «el pueblo que produce sus frutos» de justicia, compasión y defensa de los débiles.
En la «viña de Dios» no hay sitio para quienes no aportan frutos. En el proyecto del reino de Dios, no pueden seguir ocupando un lugar «labradores» indignos que no reconozcan el señorío de su Hijo, porque se sienten propietarios, señores y amos del pueblo de Dios.
La parábola nos habla hoy a nosotros. Dios no bendice un cristianismo estéril del que no recibe los frutos que espera. No puede ser que los sacerdotes se sientan dueños de la «viña del Señor» y que, entre todos, echemos al Hijo «fuera», ahogando su Espíritu. Si la Iglesia no responde a las esperanzas que ha puesto en ella su Señor, Dios abrirá su acción a nuevos caminos, nuevos pueblos que produzcan frutos.
2 comentarios:
muy buena su reflexion
Excelente reflexión, Padre🙏
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