Quien nos esté prestando atención, probablemente no sabrá que en España existen 38.000 ONGs, de las cuales 11.000 se aplican a la exclusión social.
11.000 ONGs, es decir, un millón de españoles encuadrados en un ejército de voluntarios, un millón de voluntarios interviniendo sobre la marginación.
Pero la marginación o exclusión social es un hecho que se origina en nuestras relaciones. Quiero decir que, allí en donde hay un excluido o marginado hay alguien o algo que le excluye o margina.
¿No convendría preguntarse pues, cuántas de aquellas personas y ONGs se aplican a la marginación interviniendo sobre la vida de los marginados y cuántos se meten con la vida de los que marginan? Porque cabe sospechar que el 100% de la intervención se esté aplicando al marginado y nadie se atreva a meterle mano al que margina.
No bastará pues, como he oído decir, que a las ONGs hay que exigirles que nos digan lo que hacen, que hagan lo que dicen y que rindan cuentas de su gestión.
Será necesario sobre todo que les exijamos que intervengan allí donde son más necesarias, sobre aquello o aquellos que crean la exclusión social; ¿por qué un millón de voluntarios no podrían intervenir contra el abuso social, por lo menos con el mismo desparpajo con que se meten en la vida de las víctimas?
Evidentemente una ONG que presume de prestar ayuda, pero no hace nada para evitar que esa ayuda siga siendo tan necesaria, es cómplice del problema, no forma parte de la solución sino que forma parte del problema.
Por ejemplo, las ONGs que intervienen con los menores de tutela y reforma y con sus familias, ¿no deberían explicarnos con todo detalle, qué están denunciando, exigiendo y haciendo, para evitar que sus centros se sigan llenando de chiquillos previamente carenciales, excluidos o deteriorados? ¿no deberán luchar contra la exclusión social en vez de aplicar paños calientes a los excluidos?.
Enrique Martínez Reguera.
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