“…A uno le dejó cinco talentos de plata, a otro dos, a otro uno, a cada cual según su capacidad (…)Al que tiene se le dará y le sobrará, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene”. (Mateo 25, 14-30)
A cada uno le dio según su capacidad. Dios da y no pide a nadie nada que no esté capacitado para entregar. Lo que recibimos es para ponerlo a trabajar, para donarlo, hacerlo crecer, desprendernos de ello: darlo gratis, como gratis lo hemos recibido. Nada, de lo que realmente vale, se tiene en propiedad. Todos hemos recibido dones, no importa la cantidad… el don es para entregarlo; si se guarda, se pudre. Pero el hecho mismo de dar, entraña riesgos.
Hace unos meses, una persona me dijo: “Hay que asumir riesgos con mucho amor…”. Me quedé con esta frase que sonó en un contexto de conversación en el que comentábamos los grados de implicación en la vida, en el compromiso coherente que cada uno ha de hacer desde sí, ante Dios y hacía los demás.
Efectivamente darse entraña un riesgo, en cierto modo, desestabiliza, nos hace sentir la intemperie, por eso entiendo lo de asumir riesgos con mucho amor. El amor es como un colchón blandito donde caer y volver a levantarse; es como los estabilizadores que se ponen en las caravanas para que, el viento y los socavones, no las saquen de la carretera o vuelquen. Y, efectivamente, darse nos deja a la intemperie porque es salir de uno mismo. El amor actúa como manta en las bajas temperaturas, impermeable cuando caen chuzos de punta, agua fresca en los días más tórridos y betadine para las heridas del camino.
El reparto de dones es generoso. Dios hace una entrega total: se da a sí mismo y como es amor, ese es el primer don regalado y creo que de ese don parten todos los demás. Da igual la cantidad recibida porque la capacidad de amar con el mismo amor que Dios ama es el talento que todos recibimos. Desde ahí cualquier riesgo puede ser asumido pues “una vida donada, entregada, ofrecida, jamás se pierde, siempre se la reencuentra en Aquel que es la Vida”. (Abad cisterciense Bernardo Olivera)
Será bueno no enterrar el amor que Dios nos da pues es la forma más real de enterrarnos en vida.
MARI PAZ LÓPEZ SANTOS, pazsantos@wanadoo.es
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