En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan: «¿Entonces, qué hacemos?» El contestó: «El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo». Vinieron también a bautizarse unos publicanos y le preguntaron: «Maestro, ¿qué hacemos nosotros?» El les contestó: «No exijáis más de lo establecido». Unos militares le preguntaron: «¿Qué hacemos nosotros?» El les contestó: «No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie, sino contentaos con la paga». El pueblo estaba en expectación, y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos: «Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. El os bautizará con Espíritu Santo y fuego; tiene en la mano el bieldo para aventar su parva y reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga». Añadiendo otras muchas cosas, exhortaba al pueblo y le anunciaba la Buena Noticia.
De las recetas a las soluciones reales
Seamos sinceros. Cada uno de los que escuchaba a Juan ya sabía la respuesta que iba a recibir. Porque son cosas de sentido común. Pero no queremos escuchar. Recuerdo las veces que he ido al médico buscando una solución fácil, una receta, para mi enfermedad. Unas pastillas que, tomadas durante una semana, me dejasen como nuevo. Lo malo es que muchas veces el médico no me receta las pastillas sino otras cosas que son justo las que yo me imaginaba pero no quería oír: que haga una vida más sana, que haga más ejercicio, que deje de fumar, etc.
Al acercarnos a Jesús, al preparar su venida, también nosotros querríamos encontrar una solución fácil y sencilla, una pastilla que nos convirtiese de golpe. Pero eso no existe. Convertirse es cambiar de vida, es actuar con justicia, es compartir lo que se tiene con los hermanos que carecen de ello, es no aprovecharnos de los demás. Convertirse para participar en el Reino es establecer una nueva forma de relacionarnos con los demás, como Dios quiere que nos relacionemos, como hijos e hijas suyos, todos compartiendo de la misma mesa.
Atención a algo que es importante. En ninguna de las respuestas de Juan se dice que convertirse consista en hacer mucha oración y mucha penitencia para llegar obtener el perdón de nuestros pecados. Parece que a Juan el pasado no le importa. Juan mira al futuro. Convertirse no es regodearse en lo pasado y mirarnos al ombligo de nuestras faltas sin cesar. Convertirse es cambiar de vida desde ya, comenzar a actuar de otra manera, más justa, más equitativa, más fraternal porque así nos quiere Dios, porque esa es la voluntad de Dios. Que le gusta más a Dios el regalo del amor al hermano que cientos de padrenuestros en la oscuridad de alguna iglesia.
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