Llegaron cuatro llevando un paralítico y, como no podían meterlo, por el gentío, levantaron unas tejas encima de donde estaba Jesús, abrieron un boquete y descolgaron la camilla con el paralítico. Viendo Jesús la fe que tenían, le dijo al paralítico: «Hijo, tus pecados quedan perdonados.» Unos escribas, que estaban allí sentados, pensaban para sus adentros: - «¿Por qué habla éste así? Blasfema. ¿Quién puede perdonar pecados, fuera de Dios?» (Mc. 2, 1-12)
Son muchas las personas que han suprimido de sus vidas la experiencia del perdón de Dios. ¿Cómo reaccionan al descubrir su propia culpabilidad?Lo más fácil es vivir huyendo de uno mismo. Justificarse de mil maneras, culpabilizar siempre a los demás, quitar importancia a los propios pecados, errores e injusticias, eludir la propia responsabilidad.
Son muchas las personas que han suprimido de sus vidas la experiencia del perdón de Dios. ¿Cómo reaccionan al descubrir su propia culpabilidad?Lo más fácil es vivir huyendo de uno mismo. Justificarse de mil maneras, culpabilizar siempre a los demás, quitar importancia a los propios pecados, errores e injusticias, eludir la propia responsabilidad.
S. Agustín nos dice que la persona que sabe invocar a Dios en medio de su miseria es una persona salvada, liberada de sus ataduras. Nuestra vida siempre tiene salida. Basta creer en la misericordia de Dios, y acoger agradecidos su perdón. Quien cree en el perdón no está nunca perdido.
Bastantes piensan que la culpa es algo introducido en el mundo por la religión: si Dios no existiera, no habría mandamientos, cada uno podría hacer lo que quisiera y, entonces, desaparecería el sentimiento de culpa. Suponen que es Dios quien ha prohibido ciertas cosas, quien pone freno a nuestros deseos de gozar y el que genera en nosotros esa sensación de culpabilidad.
Nada más lejos de la realidad. La culpa es una experiencia misteriosa de la que ninguna persona sana se ve libre. Es la experiencia de toda persona: no soy lo que debería ser, no hago lo que debería hacer. Sé que podría muchas veces evitar el mal; sé que puedo ser mejor, pero siento dentro de mí «algo» que me lleva a actuar mal. ¿Qué podemos hacer?, ¿cómo vivir todo esto ante Dios?
El Credo nos invita a «creer en el perdón de los pecados». Pero luego nuestros miedos, y resentimientos, oscurecen su amor infinito y convierten a Dios en un Ser justiciero del que hay que defenderse.En Dios no hay ni sombra de egoísmo, resentimiento o venganza. Dios es solo Amor. Dios sólo es perdón.
Los escribas dudan de la autoridad de Jesús para conceder el perdón de los pecados. Pero él, que conoce como nadie el corazón de Dios, cura al paralítico de su enfermedad contagiándole su propia fe en el perdón de Dios: «Hijo, tus pecados quedan perdonados»
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