Cuando era muy, muy pequeña mi mamá rezaba una oración conmigo hasta que me la aprendí. Durante años la repetí en mi cama antes de dormir. Decía así: “Jesusito de mi vida, eres niño como yo, por eso te quiero tanto y te doy mi corazón. Tómalo, tómalo, tuyo es y mío no.”
Los de mi generación seguro que la recuerdan... También la hemos enseñado a nuestros hijos... antes de pasar al “Padrenuestro”. La oración formaba parte del ritual del sueño. Era algo que ponía el punto final al día. Seguida del beso de mamá, era como un guiño diario a una presencia que sin darnos cuenta iba calando en nuestra alma. Llegó a ser algo automatico, los labios la pronunciaban aún cuando el cerebro estaba ya apunto de desenchufarse para entrar en el descanso nocturno. Y fueron pasando los años.
Desde luego, más tarde, aprendí más oraciones, incluso aprendí a prescindir de ellas para rezar...
Pero el otro día me vino a la cabeza, así de pronto, y después de sonreírme un ratito, decidí recuperarla pero actualizando en mi vida su sentido. El ejercicio me resultó bastante provechoso e iluminador. Llegué a pensar además, que en el fondo era una oración digna para una tesis de un sabio teólogo.
Jesusito de mi vida. Claro, no podía ser de otra manera. Desde que Jesús llamaba a Dios Abba (Papá, Papaíto, Aita) ¿cómo no le vamos a decir Jesusito?
Eres niño como yo. Lo siento pero, aunque en formato lingüístico infantil, no sé vosotros..., esta expresión para mí es una fórmula bastante acertada de lo que significa la encarnación de Dios.
Eres niño como yo. Lo siento pero, aunque en formato lingüístico infantil, no sé vosotros..., esta expresión para mí es una fórmula bastante acertada de lo que significa la encarnación de Dios.
Eres niño como yo. Sabes entender perfectamente mis limitaciones, mis dudas, mis sueños, mis proyectos... Sabes que a veces tengo miedo, que necesito ayuda, que me gusta que me quieran, que estén conmigo mis amigos, que me asusta el dolor, que no quiero morir...
Eres niño como yo, porque sabes que soy débil, que me equivoco, que quiero divertirme, que me chifla reír, que tengo mucho que aprender y que trabajar, que las cosas que valen la pena hay que pelearlas, que me encanta el mar, y la montañas... que desearía volar...
Eres niño como yo, porque a ti también te gusta descubrir cosas nuevas, lugares distintos, gentes diferentes, una buena cena con quien más quieres..., un baile lento o una samba bien animada..., ir de boda, ver atardeceres rojos fuego, contar las mil y una estrellas... quedarse charlando, bien juntitos, hasta el amanecer...
Eres niño como yo, porque a menudo tienes muchas preguntas para hacer, deseas conocer personas e historias fabulosas, te gustaría que los hermanos mayores se alegraran como tú cuando el Padre hace una fiesta…¡¡con ternero cebado y todo!!
Eres niño como yo... porque has llorado al caerte y tus manos han sangrado, porque has buscado la mirada de mamá para poder levantarte y continuar adelante... para seguir respirando un poco más...
Por eso te quiero tanto. ¡Tanto! Porque tú me has amado primero. Porque sin ti, de verdad que mi vida está como apagada. Porque no dejas que pierda un solo pelo de la cabeza sin que tú lo sepas. Porque saber que estás conmigo me empuja a salir una y otra vez a la intemperie, sobre todo de mí misma, porque me ayudas a cargar conmigo, porque haces que quiera ser mejor persona…
Y te doy mi corazón. Porqué sólo tú mantienes el ritmo de su latido. Porque también el tuyo se acelera cuando lo hace el mío.
Tuyo es, tuyo es y mío no. A mis años, creo que aún puedo rezar cada noche con esta oración.
Buenas noches.
Buenas noches.
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