Pese a la advertencia de Jesús, una y otra vez caemos los cristianos en la vieja tentación de pretender separar el trigo y la cizaña, de creernos nosotros «trigo limpio» y de acusar a otros de ser «cizaña».
El mundo es un campo donde se siembran diferentes semillas. La semilla del Reino de Dios crece ahí, en esa vida y en ese mundo, a veces tan complejo. Ahí está Dios, ahí está su semilla creciendo, salvando.
El Reino de Dios no crece a base de lanzar excomuniones, ni condenando todo lo que no coincide con nuestro «dogma particular».
El Reino de Dios crece en cualquier rincón del mundo, por oscuro que parezca, donde se ama al ser humano y donde se lucha por su dignidad y bienestar. Al Reino de Dios le abriremos camino dejando que la fuerza del evangelio transforme nuestro estilo de vivir, de amar, de trabajar, de disfrutar, de luchar y de ser.
No nos toca a nosotros juzgar lo que es “trigo” y lo que es “cizaña” en este mundo. Las apariencias nos pueden engañar. Nuestra torpeza podría acabar con lo uno y con lo otro. No es tiempo de arrancar, ni de cosechar, es tiempo de crecer, de madurar, de dar fruto.
“Por sus frutos los conoceréis…” dice Jesús.
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