JESÚS, UN REY ATÍPICO. Un rey que toca leprosos, que prefiere la gente normal a los poderosos del pueblo. Un rey que lava los pies de los suyos, un rey que no tiene dinero y que no puede defenderse.
Jesús crucificado es un extraño rey: su trono es la cruz, su corona es de espinas. No tiene manto, está desnudo. No tiene ejército. Hasta los suyos le han abandonado. ¡Menudo rey!
Y ya que hablamos del rey, tenemos que hablar del reino. Jesús habló del reino de Dios, del reinado de Dios. Un reinado en que los últimos del mundo son los primeros. Un reinado que prefiere a los publicanos y a las prostitutas, antes que a los doctos letrados y los puros fariseos. Un reinado sin tronos, sin palacio, sin ejército, sin poder. Un reinado en que son preferidos los sencillos como niños. Un reinado de gente pobre, que sabe sufrir, de corazón limpio, comprometida con la justicia. ¡Menudo reino!
Alguno pensará que esto es provisional. Dios reinará, Cristo reinará, vendrá un día en que aparecerá en los cielos vestido de majestad, y todas las naciones, todos los hombres y mujeres del mundo y de la historia caerán de bruces ante su Majestad, y entonces veremos que es rey. Pues no, Dios no reina así, apabullando enemigos.
El reino de Dios no se parece en nada a los de la tierra, que imponen desde fuera y matan para imponerse. Dios se siembra desde dentro y hace vivir. Reina desde el amor.
En nuestro mundo reina el terror, reina la miseria, reina la explotación, reina la venganza, reina el negocio sucio, reina la violencia. Cuando en nuestro mundo reine la confianza mutua, cuando todos vivan decentemente, cuando no haya analfabetos, cuando los negocios sean honrados, cuando nos contentemos con menos… entonces podremos empezar a hablar de que Dios reina.
¿Reinará Dios alguna vez? Tenemos la tentación de pensar que no. La violencia y la rapacidad y el consumo desenfrenado parecen más fuertes que la bondad, la generosidad y la austeridad. Eso es una tentación. Pero Jesús creía en la fuerza de la semilla, en el poder de la levadura, en la fuerza imparable del Espíritu, del Viento de Dios.
Y entretanto, tú y yo nos enfrentamos a una invitación urgente: ¿quieres comprometerte con Jesús a construir el reino?
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