27 domingo TO. 4 octubre 2009

Evangelio según san Marcos 10,2-16
En aquel tiempo, se acercaron unos fariseos y le preguntaron a Jesús para ponerlo a prueba:
- ¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?
Él les replicó:
- ¿Qué os ha mandado Moisés?
Contestaron:
- Moisés permitió divorciarse dándole a la mujer un acta de repudio.
Jesús les dijo:
- Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto. Al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre.
En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo.
Él les dijo:
- Si uno se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio.
[Le presentaron unos niños para que los tocara, pero los discípulos les regañaban.
Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo:
- Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis; de los que son como ellos es el Reino de Dios. Os aseguro que el que no acepte el Reino de Dios como un niño, no entrará en él. Y los abrazaba y los bendecía imponiéndoles las manos.


Algunos tratan de acercar a Jesús a unos niños y niñas que corretean por allí. Lo único que buscan es que aquel hombre de Dios los pueda tocar para comunicarles algo de su fuerza y de su vida. Al parecer, era una creencia popular. Los discípulos se molestan y tratan de impedirlo. Se atribuyen el poder de decidir quiénes pueden llegar hasta Jesús y quiénes no. Jesús se indigna. «Dejad que los niños se acerquen a mí. No se lo impidáis». Son, precisamente, los pequeños, débiles e indefensos, los primeros que han de tener abierto el acceso a Jesús. Para Dios y en el grupo de Jesús, los que molestan no son los pequeños, sino los grandes y poderosos, los que quieren dominar y ser los primeros. El centro de la comunidad cristiana, no ha de estar ocupado por personas fuertes y poderosas que se imponen a los demás desde arriba. La Iglesia es una comunidad en la que hombres y mujeres buscan el último lugar para acoger, servir, abrazar y bendecir a los más débiles y necesitados. El reino de Dios no se extiende por la imposición de los grandes sino por la acogida y defensa de los pequeños. Si los débiles y necesitados se convierten en el centro de atención y cuidado, ahí está llegando el reino de Dios.

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