En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado.
Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban.
Acercándose a ellos, Jesús les dijo: - Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.
A lo largo de los siglos, los teólogos cristianos han elaborado profundos estudios sobre la Trinidad. Sin embargo, bastantes cristianos de nuestros días no logran captar qué tienen que ver con su vida esas admirables doctrinas. Hoy necesitamos oír hablar de Dios con palabras sencillas, que reconforten nuestra fe. Necesitamos recuperar lo esencial de nuestro credo para aprender a vivirlo con alegría.
«Creo en Dios Padre, creador del cielo y de la tierra». No estamos solos ante nuestros problemas y conflictos. Dios es nuestro «Padre» querido. Nuestros hijos se van alejando de él, y los creyentes no sabemos contagiarles nuestra fe, pero Dios nos sigue mirando a todos con amor.
«Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor». Es el gran regalo que Dios ha hecho al mundo. Él nos ha contado cómo es el Padre. Para nosotros, Jesús nunca será un hombre más. Mirándolo a él, vemos al Padre. Este Hijo amado de Dios, nos ha animado a construir una vida más feliz para todos. Es lo que más quiere el Padre.
«Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida». Está presente en lo más profundo de cada uno de nosotros. Este Espíritu es lo mejor que hay dentro de nosotros.
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