En esta fiesta de la Asunción de María, descubrimos uno de los rasgos más característicos del amor cristiano, se trata de saber acudir junto a quien puede estar necesitando nuestra presencia.
Ese es el primer gesto de María después de aceptar la misión de ser madre del Salvador. Ponerse en camino y marchar aprisa junto a otra mujer que necesita en estos momentos su cercanía.
Ese es el primer gesto de María después de aceptar la misión de ser madre del Salvador. Ponerse en camino y marchar aprisa junto a otra mujer que necesita en estos momentos su cercanía.
Hay una manera de amar que debemos recuperar en nuestros días y que consiste en “acompañar” a quien sufre.
Esta sociedad, parece hecha sólo para los fuertes, los agraciados, los jóvenes, los sanos y los que son capaces de gozar y disfrutar de la vida. Reunimos a los niños en las guarderías, instalamos a los enfermos en las clínicas y hospitales, guardamos a nuestros ancianos en asilos y residencias, encerramos a los delincuentes en las cárceles y ponemos a los drogadictos bajo vigilancia.
Así, todo nos parece que está en orden. Cada uno recibirá allí la atención que necesita, y los demás nos podremos dedicar con más tranquilidad a trabajar y disfrutar de la vida sin ser molestados.
Entonces procuramos rodearnos de personas simpáticas y sin problemas que no pongan en peligro nuestro bienestar, convertimos la amistad y el amor en un intercambio mutuo de favores, y logramos vivir «bastante satisfechos».
Por eso muchos, aun habiendo logrado un nivel elevado de bienestar y tranquilidad, tienen la impresión de que viven sin vivir y que la vida se les escapa aburridamente de entre las manos.
Ofrecer nuestra amistad, estar cerca de los que sufren, tener paciencia con los que no pueden, alegrar a los que están junto a nosotros. Estos gestos de amor que nos hacen cargar con el peso que tiene que soportar el hermano, libera de la soledad, da alegría.
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